En el año 1943, Luis Tolosa construyo en el puerto de San Sebastián una estructura de hormigón armado siguiendo las lógicas del movimiento moderno.

Su gran cubierta hizo que el edificio fuese conocido popularmente como el Portaaviones.

En el año 1988, el proyecto sufrió una transformación total, que ocultó esa estructura inicial.

El proyecto actual se plantea casi como un ejercicio de arqueología que trata de devolver todo el protagonismo a la estructura original y a su gran cubierta.

Las nuevas fachadas se plantean como una continuidad con las lógicas del contexto.

Por un lado se recurre a la cerámica, un material usado en las fachadas de las casas de pescadores.

Y por otro lado se recurre al color blanco, un color icónico representado en el edificio de Real Club Náutico de Aizpurua y Labayen. La cerámica se trata aquí como una pieza tridimensional, que vibra en seis blancos sutilmente diferentes, siendo algunas de las piezas mates y otras con acabado en brillo.

Mediante el sencillo mecanismo de un triangulo asimétrico, se introduce la variabilidad.

Además el movimiento del sol, los cambios de la luz y las estaciones, así como el reflejo de la lluvia, otorgan a la fachada un aspecto cambiante.

Lleno de matices y brillos, al igual que la superficie del mar contra la que el edificio se sitúa.