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La XV BEAU en Madrid.

Tras La Bañeza, y a iniciativa del MITMA, las exposiciones fundacionales de esta edición convergieron por primera – y única vez – en el patio de los Nuevos Ministerios que Zuazo empezó a trazar a mediados de la década de los años treinta del pasado siglo. La escala, monumentalidad del trazado, la dura superficie sobre la que se apoyaban, la piel gris y reiterativa de los huecos y sombras del Ministerio dialogaban con la proximidad afectiva que exhalaban las Bodegas ClosPachem, la rehabilitación de la Torre Merola, la plaza de Mansilla Mayor o el Complejo Turístico de Albeida, entre otras. Parecían dos mundos. Por un parte, lo hiperracional, expresión del deseo de poder que como metáfora estaba simbolizado no sólo por el fondo visual ofrecido por el Ministerio sino también por el complejo AZCA; por otro, el ensueño, materializado por unas arquitecturas próximase inmersivas – las premiadas – que por su tamaño facilitaban tocar la memoria de aquellos que las visitaban.

La XV BEAU, posibilitaba pensar en la opción de un nuevo humanismo. Recorrer visualmente su producción permite construir una narrativa que tiene que ver con el empleo sensitivo de la materia, el retorno a una escala doméstica, la aprensión de diversos lenguajes vernáculos, la aproximación a la tradición, la conciencia del equilibrio con el medio, la colectividad. Pero también la exclusión. Nuestro verbo, el de las arquitecturas que tienen adheridas las palabras anunciadas, se acercan poco al poder, a la construcción de la gran escala, a la autoridad que emana de ciudades como Madrid o Barcelona. No interesa; tal vez no sea rentable. Son arquitecturas, las de la XV BEAU, con olor a tiempo, a lentitud, a pensamiento meditado y dilatado imposible de compatibilizar en unas grandes metrópolis cuyas identidades, paradójicamente, son negativas en el campo de la arquitectura y el urbanismo ya que se requiere menor tiempo, menor coste y menos reflexión.